domingo, 18 de enero de 2015

Ña Adesia

Guardo muchos recuerdos de mi infancia, de todo tipo, por suerte todos ellos felices, hoy me viene a la memoria la estampa de una señora que tenía una despensa en el antiguo mercado de Ypacaraí, que funcionaba en lo que hoy es la Casa de la Cultura. Hablo de Ña Adesia, la conocía solo de nombre, pues, entonces para mí los apellidos no tenían importancia. No haré una semblanza biográfica, solo el esbozo de algunos recuerdos que todavía conservo y que quizás sean insuficientes para construir o transmitir su personalidad. Su despensa no era muy surtida que digamos, pero seguía el estándar del Ypacaraí de principio de los ochenta, que ofrecía apenas un poco más de lo básico. Para muchos de los vecinos del barrio que nos abastecíamos de ella, constituía el eje fundamentan de nuestras economías y de nuestro mínimo confort. Ña Adesia financiaba las compras, habilitando unas libretas, donde se consignaban los productos adquiridos y pagados a fin de mes (Visa y MasterCard eran materia de ciencia ficción). Estas libretas eran verdaderas tablas de salvación para las familias de magros ingresos. Para el cotidiano registro de las mercaderías fiadas, desarrollo una suerte de taquigrafía, abreviando las palabras que escribía solo hasta la mitad, con su letra cuya fealdad empeoraba con la escritura a prisa. Pero eso sí, con las matemáticas era muy hábil, en segundos sumaba las cifras de las desordenadas columnas de cada hoja de las libretas, con mucha precisión. Tenía extraños escrúpulos y métodos de protección al cliente, en los últimos días de cada mes, donde del sueldo quedaba un remoto recuerdo, escondía tras su enorme mostrador todos los productos que consideraba superfluos (creo que por entonces la palabra suntuosa todavía no había sido inventada; por los menos en nuestra ciudad era ignorada), es decir, dulces de batata y leche, duraznos en almíbar, champús, algunas bebidas y otras pequeñeces sin las que uno podía vivir una semana. Solo vendía lo esencial, tal vez para que la deuda del mes no se incremente a niveles de default. Claro que esta veda no regía para sus amigos, como mi abuela, a la que siempre acompañaba a hacer las compras, operación en la que demoraba casi un par de horas, no por el volumen de sus adquisiciones sino porque, entre cliente y cliente, ellas compartían las frescas noticias de la ciudad entre las que no faltaban detalles de la vida personal de algún vecino. A mí eso poco me importaba, entre tanto nos entreteníamos en interminables partidos de fútbol en la canchita aledaña. Los niños no eran muy de su agrado o por lo menos no les tenía mucha paciencia, inclusive llegaba a negarles la venta de chicles y otras golosinas (a quien más podría vender estas cosas), sobre todo si se trataba de criaturas pálidas o cuando su aspecto delataba algún cuadro de parasitosis. Tenía también el aspecto de ser algo huraña y aunque sus ingresos no eran malos, llevaba una vida muy austera. Cocinaba los guisos de los que se alimentada, sobre un calentador a alcohol, utilizando como ingredientes pedazos de fideos y verduras un poco picadas o dañadas, que ya no serían atractivas a los clientes, de esa manera el desperdicio era mínimo. Nunca hablaba de política, aunque se declaraba liberal, pero su fanatismo partidario no trascendía las fronteras del azar: diariamente apostaba al 018 en la quiniela. Creo que nunca ganó nada, quizás porque la censura oficial no podía permitir que simbolos de la oposición al régimen sean tocados por la fortuna. Mis recuerdos de Ña Adesia son muchos, en verdad. Para nosotros, en términos económicos era mucho más importante que el ministro de Hacienda o la propia Margaret Tacher, como remedio a nuestra falta de liquidez en los áridos últimos días del mes, cuando ella no tenía algún producto que necesitábamos, sea cual fuere, jabón, queso rallado y cosas así, solía darme el dinero para que lo compre de otras despensas, luego ella lo cargaba a nuestra cuenta. El paso del tiempo quizás haya filtrado algunas de las anécdotas de este personaje del barrio, de tanta importancia en nuestras vidas, no merece caer en el olvido.