miércoles, 10 de noviembre de 2021

Humaitá, la fortaleza

“…las fortificaciones de Humaitá serán demolidas, y no será permitido erigir otras de igual naturaleza, que puedan impedir la fiel ejecución de dicho Tratado;…"
Así se estableció en el Protocolo del Tratado Secreto de la Triple Alianza (1), registrándose una de las prioridades militares de los aliados, quienes tenían en Humaitá al principal obstáculo a sortear para llegar hasta Asunción, por la vía obligada del río Paraguay. La construcción del sistema defensivo de Humaitá se inició en el año 1845, en tiempos de Carlos A. López, bajo el asesoramiento del ingeniero austrohúngaro Franz Wisner von Morgenstern, primero, y del inglés George Thompson, después, aprovechando una pronunciada curva del río Paraguay, en forma de herradura, ubicada en la margen izquierda, al sur de Pilar y al norte de Paso de Patria. (2) En la concavidad de la orilla llegaron a establecerse 200 piezas de artillería, de distintos calibres, muchas de ellas organizadas en baterías a lo largo de la costa y distribuidas en un perímetro de 8 kilómetros, protegidos por 3.000 hombres. Cifra que se incrementó con el avance de la conflagración y a medida que los combates se centraron sobre Humaitá. Llegando el campamento a una población que superaba los 40.000 habitantes que, además de soldados, incluía a médicos, ingenieros, profesionales de todo tipo, seguidoras de distintas clases, observadores extranjeros y prisioneros. (3) Estas defensas, que llegaron a adquirir en la región una fama de inexpugnables (que no se exagera al llamarlas mito), cubrían dos frentes: el fluvial y el terrestre. Las más importantes baterías estaban instaladas en el frente de las defensas, que daba al río y lo constituían: la batería “Londres” (16 piezas de artillería) y la batería “Cadena” (18 piezas). A los lados se extendían las baterías principales estaban asentadas la “Tacuarí” (6 piezas), la “Maestranza” (11 piezas), la “Octava” (11 piezas), la “Comandancia” (5 piezas), “Humaitá” (2 piezas), la “Coimbra” (3 piezas), la “Conchas” (14 piezas) y la “Carbón” (12 piezas). En el frente terrestre, dividido en cuatro sectores, funcionaban: la batería “Amboró” (10 piezas), la “División del Sud” (36 piezas), la “Del Este” (44 piezas) y la “Umbú” (11 piezas). El número de los cañones de estas baterías no siempre fue estable, pues, según las necesidades que imponía la estrategia militar, algunas piezas fueron trasladas hasta las baterías de Curupayty (bastión paraguayo de avanzada ubicado a unos kilómetros aguas abajo) y viceversa. También se sumaron a estas defensas, una vez que fueron superadas las de Curupayty, los cañones de grueso calibre fabricados en la fundición de Ybycuí: el “Aca-berá” (sic), el “General Díaz” y el “Cristiano”. (4) Para el prusiano Max von Versen, la importancia de Humaitá no provenía de los trabajos de arte sino de la excepcional posición en la que estaba situada, donde el río Paraguay (cuyo ancho es generalmente de 1.500 a 2.000 pasos) se estrechaba hasta 400 pasos de una a otra orilla, razón por la cual las baterías allí emplazadas podían dominar completamente la navegación. (5) Tres grandes cadenas, que atravesaban el río, obstaculizaban la navegación. Estas, además de las baterías, impedían a los buques de la escuadra brasileña atravesar Humaitá y de esa forma adueñarse del principal acceso a la capital. Estas cadenas, estaban sostenidas por pontones y canoas. Los “encorazados” tuvieron que hacer fuego durante tres meses sobre estos soportes, hasta hundirlos totalmente. Sumergidas las cadenas, se hundieron en el barro y ya no pudieron ser reestablecidas, allanándose así uno de los obstáculos para el paso de Humaitá, que detenía a los aliados desde que estos cruzaron el Paraná a principios del año ‘66. (6) Completaban el sistema defensivo, el terraplenado construido hacia el frente sur y una serie de esteros y carrizales, que desalentaban cualquier intento de ataque por tierra; los aliados tenían bien aprendida la lección de Curupayty. Por esa razón, Caxias prefirió sitiar Humaitá y aislarlo de sus fuentes de provisionamiento. Así, su caída sería sólo cuestión de tiempo. A partir de entonces, la vida de los defensores de Humaitá, que siempre se manejaron dentro de un marco de austeridad (a diferencia de la pomposidad desplegada en los campamentos aliados), se volvió tan penosa como miserable. El soldado paraguayo, a lo largo de la contienda, ha demostrado siempre coraje, entrega y superioridad física ante el adversario, por encima de cansancio y las carencias que lo agobiaban. Estas cualidades, sin embargo, no serían suficientes para ganar la guerra. El cerco sobre Humaitá fue completándose cuando el 29 de octubre del ’67, los aliados tomaron el estrecho paso sobre el río Paraguay denominado Tayi, ubicada al norte de la fortaleza, e instalaron en el sitio una considerable fuerza de artillería, cortando con esa acción las vías de comunicación con Pilar y Asunción. (7)
El asecho aliado incluyó, sobre todo, el intenso bombardeo a la iglesia (que era el único punto visible desde la posición de los acorazados. El templo de San Carlos de Borromeo, que fue construido en el año 1861 también bajo el gobierno de Carlos Antonio López, estaba integrado a la fortaleza. Por su ubicación y la altura de sus torres cumplía la función de observatorio, quizás fue construida ahí con ese fin, siguiendo el criterio de “guerra total”, preconizado por von Clausewitz, donde todos los fines particulares deben converger en una acción única y todos los recursos disponibles ser empleados para la obtención del objetivo común. Los bombardeos a la iglesia y a las baterías de la fortaleza, se iniciaron el 16 de agosto del’67 (un día después del pasaje de Curupayty, forzado por 10 acorazados que sortearon el intenso fuego de la artillería paraguaya), y se extendieron hasta febrero del año siguiente, cuando se produjo también el paso de las defensas de Humaitá. Sobre el sostenido bombardeo que la escuadra brasileña descargaba sobre la iglesia, El Semanario replicaba: “…en vez de arrojar sus proyectiles sobre nuestras fortificaciones, dirigen sus punterías al templo de Dios… …Los aliados han estipulado la conquista del Paraguay y su exterminio…”
El paso de Humaitá, que se dio el 19 de febrero del ’68, y los ataques ordenados por Caxias para seguir sitiando a Humaitá, hicieron que López se retire del reducto, a través el Chaco (por el lugar llamado Timbo), con la mayor parte de su ejército y toda la artillería que pudo transportar. A finales de marzo, todos los reductos cercanos a Humaitá habían caído en poder de los aliados; primero fue Tayi, después, Cierva, Sauce, Espinillo, Paso Pucú y por último Curupayty, que había sido abandonado. Con estas acciones, la fortaleza quedó totalmente aislada de las demás posiciones paraguayas y su fuerza defensiva reducida a 3.000 hombres. Las provisiones empezaron a escasear sus jefes comprendieron que pronto tendría que también ser evacuada. El coronel Paulino Alen, comandante de la plaza, que acuciado por la situación intentó suicidarse sin éxito, fue reemplazado por el coronel Francisco Martínez. (8) La agonizante ciudadela fue atacada en varias oportunidades. El 16 de julio, el general Manuel Osorio encabezó una ofensiva de 12.000 hombres que fueron repelidos, con una baja de 3.000 hombres contra apenas 47, en el lado paraguayo. Pero sin abastecimiento era ya imposible resistir por más tiempo y la noche del 23 de julio, toda la guarnición, con un sigiloso cruce del río, en precarias canoas, abandonó el reducto; esta operación no fue advertida por la escuadra. El 5 de agosto, después de nuevos ataques y reiteradas intimaciones, el coronel Martínez finalmente capituló, exhausto al igual que sus escasos hombres, que no habían probado alimento alguno en varios días. La lealtad y el patriotismo tuvieron que ceder ante la impotencia y el abatimiento, que habría acompañado al abandono y a la carencia absoluta de recursos. La caída de Humaitá comenzó con la progresiva debilitación del ejército paraguayo, que fue perdiendo hombres en las derrotas de los años ’66 y ’67, en los que el ejército aliado a pesar de sus numerosas bajas seguía recibiendo refuerzos. Esa superioridad numérica, en cuanto a tropa y armamento, tornó irreversible la derrota paraguaya. Humaitá cayó, no por el fuego enemigo sino por el abandono. Cuando los aliados la sitiaron totalmente, por tierra y agua, cortando así las vías de abastecimiento, los pocos custodios que aun permanecían en la ciudadela fueron derrotados por el hambre y tuvieron que rendirse. De aquella fortaleza que constituyó el mayor orgullo militar paraguayo no quedan ya vestigios materiales. Sólo las ruinas de la iglesia testimonian esas trágicas jornadas, que sin embargo permanecen indelebles en la memoria del pueblo. Publicado originalmente en la revista El Pregonero, en abril de 2012. REFERENCIAS: 1) Celebrado en Buenos Aires, el 1° de mayo de 1865, por los plenipotenciarios del Imperio del Brasil, la Confederación Argentina y la República Oriental del Uruguay. 2) Mateo Nakayama y Eduardo Nakayama, Reconstrucción virtual del templo de San Carlos Borromeo de Humaitá; publicado en la Memoria del Segundo Encuentro de Historia sobre las operaciones bélicas durante la Guerra de la Triple Alianza; Editorial Tiempo de Historia; Asunción, Paraguay; año 2010; p. 224. 3) Thomas Whigham; La Guerra de la Triple Alianza, Volumen II; Editorial Santillana S.A.; Asunción, Paraguay; año 2011; p. 318. 4) Felipe Bengoechea Rolón; Humaitá “Estampas de Epopeya”, edición del autor; Asunción, Paraguay; año 2008; pp.172/173. 5) Ídem; p. 145. 6) George Thompson; La Guerra del Paraguay; Editorial Servilibro; Asunción, Paraguay; año 2010; p.208. 7) Francisco Isidoro Resquín; La Guerra del Paraguay contra la Triple Alianza; Editorial El Lector, Asunción., Paraguay; año 1996; p. 69. 8) Thompson; ob. cit.; p. 233.

martes, 2 de marzo de 2021

Minero Sapukái de Teodoro Mongelós

La explotación de la yerba-mate descansa en la esclavitud, el tormento y el asesinato. Rafael Barrett En 1908, Rafael Barrett denunciaba con vigor y precisión, en su libelo titulado Lo que son los yerbales, la vergonzosa explotación y penurias de los mensú. Con este nombre eran conocidos los empleados de las empresas extractoras de yerba mate, entre ellas las Industrial Paraguaya y la Matte Larangeira, que los sometía a un régimen de vergonzosa servidumbre. Eran llamados mensú, como apócope de mensualeros, periodicidad de la remuneración que recibían. También se los conocía como mineros, de ahí el título del poema. Al sitio de la explotación yerbatera se lo llamaba mina y el peón minero. “La Cámara de Apelación paraguaya –dice Barrett- ha opinado que el yerbal es una mina. Esta designación terrible es más elocuente que todo. Sí: hay minas al aire y a la luz del sol. El hombre desaparece sepultado bajo la codicia del hombre.” (1) Los mensú eran reclutados en distintos pueblos del país y regiones vecinas, se les adelantaba una suma determinada de dinero, que atizaba el interés del desgraciado, a quien hacían firmaban un contrato ante el Juez de Paz de esa comunidad, lo que constituía, sin exagerar, una verdadera condena a muerte. Entre las leoninas condiciones estaba la de no abandonar el obraje mientras existan deudas con la empresa (el adelanto devengaba intereses usuarios). Además, como tenían que proveerse de alimentos y ropas, de la misma empresa que los contrataba, a precios excesivos que no se compadecían de la pésima calidad de los productos, terminaban adeudándose cada vez más, pues el magro ingreso no alcanzaba a cubrir siquiera sus costos de subsistencia. Como jamás terminaba de pagar sus deudas nunca podía librarse de ese yugo, de cargar fardos enormes, de hasta ochenta kilos, por la inmensidad de la selva que los devoraba, de soportar los azotes del capataz, las enfermedades, la fatiga y el mal sueño a causa de la humedad, los mosquitos y las serpientes que flagelaban el miserable campamento donde eran hacinados estos despojos humanos. Miles han muerto con padecimientos que hoy son difíciles de dimensionar. Los que escapaban eran cazados como presas y devueltos a su presidio cuando no asesinados impunemente. Inútil era requerir auxilio de la autoridad, quien por el contrario estaba vendida a los explotadores, los jefes políticos o jueces de paz eran, en la práctica, empleados de la Industrial Paraguaya o de la Matte Larangeira, verdaderos cómplices de los capangas (llamados también habilitados) que iban tras el peón fugado procurando su captura, para someterle después a castigos peores o sencillamente, asesinarle a balazos, para que sirva de ejemplo. ¿Qué esperanza tenían de escapar unos hombres sin fuerzas, enfermos, casi sin vida? En la interminable selva nadie los ayudaría y un intento fallido de fuga era duramente expiado. Por eso la mayoría se resignaba a pasar sus dolorosos días en la mina, de dónde miles no han vuelto jamás. En la práctica la encomienda seguía vigente, pues, estas arcaicas técnicas de producción yerbatera tienen en efecto origen colonial, periodos en que los indios fueron diezmados a causa de esa labor, que constituía una de las actividades económicas principales del Paraguay, cuyos límites fueron alterados después de la Guerra contra la Triple Alianza, que dividió también los yerbales entre paraguayos, argentinos y brasileños. Teodoro Mongelós en Minero Sapukái describe ese suplicio estoico de los mensú, quienes con gritos de aparente euforia buscan disipar las interminables horas de trabajo: Ayvu ha ãhóme anga ogueroja barbacuágui mborovire [con suspiros y ruidosamente se transportan del horno las hojas de yerba que han sido cocidas]. El barbacuá es un horno rudimentario de ladrillos y tierra roja, abundante en la zona, donde se cuecen las hojas de la yerba mate, traídas hasta ahí en pesados fardos (2) sobre las espaldas desnudas del mensú, recorriendo varios kilómetros. Estas hojas secadas y cocidas en dicho horno eran luego desmenuzadas en una especie de molino denominado cancheadora. Las hojas luego de triturarse pasaban a llamarse mboroviré, que es el producto semi-elaborado. Por último, se traslada el mboroviré al depósito para su estacionamiento. Como los esclavos de las plantaciones de algodón, en los quebrachales, en los ingenios azucareros o en los bosques de extracción de caucho, los mineros tratan de sobrellevar ese castigo, que no saben a qué dios cruel atribuir, no con el desahogo del llanto sino a gritos, con variados y musicales gritos, canciones en guaraní o simplemente entonando sonidos sin significación alguna pero con mucha fuerza vital: sapukái ña hendu opáichagua ha purahéi ava ñe’ê [se escuchan gritos diversos y canciones en guaraní]. Todo el poema se centra en el alivio ruidoso de los mensú, cuyas exclamaciones se pierden en la selva y rompen el silencio: Kane’õ ara puku, ku ayvúpe o mbohasa [la fatiga del largo día es disipada con el bullicio]. Quizás haya sido una manera de no pensar, de evadirse de falsas ilusiones y abandonarse a los caprichos del destino. Al final de la tercera estrofa del poema, Teodoro Mongelós desliza una ironía: Ka’atygua no momba’éi ro’y, no ñandúiri pe kane’ô [los peones de la selva no acusan el frío, ni sienten cansancio]. Y no es que estos desgraciados hayan sido inmunes a las adversidades climáticas y a la fatiga, por alguna extraña fortaleza física o espiritual. Mal vestidos como estaban, con harapos, recibían de lleno los rayos de nuestro inclemente sol subtropical tanto como el cortante viendo de las riberas del Paraná, que tajeaban la piel, y para soportar catorce o dieciséis horas de trabajo, poco ayudaba quejarse; se les hacía cuesta arriba la jornada y había que quitar fuerzas de cualquier cosa o de lo único que tenían, su aliento. El grito que compartido era una forma de solidaridad, de socorro. La jornada en la selva es larga, y lo hacen más larga aún los padecimientos repetidos. Hi’ári kuéra opáva kuarahy, ha ayvúpe omba’apo [el sol se pone tras sus espaldas mientras ruidosamente siguen trabajando] La musicalidad de Minero Sapukái se extiende hasta sus últimos versos que son los más sublimes: sapukáipe ñaimo’a hi’âhóva mombyry [pareciera que al gritar arrojan un suspiro a lo lejos]. El poeta aporta una metáfora preciosa donde el suspiro se transforma en grito que se arroja, que se aleja del cuerpo extenuado y del alma oprimida, como una forma de rechazar o disolver todo el dolor que les invade y exhalar así las obstinadas penas, y finalmente, para buscar también de esa manera la libertad, que saben y sienten cada vez más distante. Texto completo del poema: (3) Pete ĩ ko’êtimbávo Che keguýpe ahendu Koichaite o sapukáirõ Ka’atýpe mboriahu. II Pipu... pipu... pipu... uihahahaha...! Pipu... pipu... néike... guapo lo mitã Pipu... pipu... néike... guapo lo mitã Pipu.. néike.... haihahahaha...! III Ayvu ha ãhóme anga ogueroja Barbacuágui mborovire Sapukái ña hendu opáichagua Ha purahéi ava ñe’ê. IV Kane’ õ ara puku Ku ayvúpe o mbohasa. Ka’atygua no momba’éi ro’y No ñandúiri pe kane’ô. V Hi’ári kuéra opáva kuarahy Ha ayvúpe omba’apo Sapukáipe ñaimo’a Hi’âhóva mombyry. Referencias: 1) Lo que son los yerbales, publicado en Rafael Barrett - Obras Completas II, RP Ediciones, Asunción – Paraguay, Año 1988, p. 14. 2) Estos atados de hojas de yerba mate eran también conocidos con el nombre de raído. 3) Extraído del libro Teodoro S. Mongelós – La pluma nunca acallada, de Daniel Torales, editorial Servilibro, Asunción – Paraguay, Año 2009, p. 159.

martes, 23 de febrero de 2021

Una generación imprescindible

La grandeza de una ciudad (también la miseria) es obra de su gente, que aprovecha las circunstancias favorables o las genera. Por eso es necesario reconocer el esfuerzo y, esencialmente, el legado de una generación de ypacaraienses (llamémosla así aunque ella esté integrada por personas de distintas edades), que en la década de los ’70 dieron nacimiento a nuestras más importantes instituciones. Nos referimos a los fundadores de la Cooperativa Ypacaraí Ltda. (1975), quienes en gran número participaron, asimismo, de la organización del Festival del Lago Ypacaraí (1971). Estos compueblanos, pese a las limitaciones financieras de entonces, no dudaron en encarar emprendimientos hasta utópicos como el de fundar una cooperativa de ahorro y crédito, cuando en el país apenas se empezada a transitar por esa senda y las experiencias podían contarse con los dedos. El resultado torna superfluo cualquier ahondamiento en el tema: La Cooperativa Ypacaraí Ltda. que, con sus luces y sombras, es la más importante de la región, por encima de sus similares que se han establecido en ciudades vecinas con mucho más potencial económico que nuestra ciudad. ¿Quiénes participaron de la constitución de la cooperativa? Transcribimos seguidamente la nómina de las 64 personas que participaron en la asamblea fundacional, presidida por Juan Carlos Galaverna, quien entonces ocupaba además el cargo de Intendente Municipal. El orden de enunciación, que es el consignado en el acta de la asamblea realizada en la escuela República de Honduras y corresponde al número de socio, es como sigue: 1) Enrique Battilana Sosa; 2) Juan Bautista Coghlan; 3) Víctor M. Ayala; 4) Julio Raúl Negrete; 5) Eusebio Sánchez; 6) Emigdio Agüero; 7) Teófilo Darío González; 8) Egón Luís Schwarz; 9) Juan Carlos Galaverna; 10) Osvaldo Battilana Sosa; 11) Sergio D. Báez; 12) Emelda Ramona Martínez; 13) Eladio T. Gaona; 14) Luís Antonio Becker Genes; 15) Teófilo Daniel González; 16) Anastacio González; 17) Rosa L. González; 18) Cirilo R. Soto León; 19) Aldo Moreno; 20) Alfredo Dionisio Galeano; 21) Marcial E. Parquet; 22) Elvia Becker; 23) Rafaela M. de Martínez; 24) Hernán Biscotti; 25) Plinio Duarte; 26) Atilio Simón M.; 27) Robustiano Britos Patiño; 28) Blas Marecos; 29) Justo Figueredo; 30) Armando Pérez; 31) Rogelio Sandoval; 32) Alejandrino Morel; 33) Sergio Vera Sosa; 34) Carlota D. Vda. de Montiel; 35) Gregorio E. Schwarz; 36) Zunilda M. de Schwarz; 37) Benito Mendieta; 38) Nora C. Negrete; 39) Dionisio Alonso; 40) Francisco Sarubi; 41) Carlos M. Schwarz; 42) César Grande; 43) José Aristides Báez; 44) Julio Moreno; 45) Julián Ayala; 46) Haydee Moyano; 47) José Luís Moyano; 48) Emeteria C. de Moyano; 49) Alba Yolanda Ortega; 50) Emiliano Casto Yegros; 51) Edilio Morales; 52) Julio Sergio Grippo; 53) Princesa V. de Negrete; 54) Petrona A. de Pérez; 55) Timoteo Ferreira; 56) Leonardo A. León; 57) Aurora S. de Schwarz; 58) Balbina Frutos; 59) Crescencio Espínola; 60) Rosa Coghlan C.; 61) Juan A. Zárate E. 62) Darío F. Acuña; 63) Mirna Domínguez; y 64) María Gloria Frutos.
Por su parte, nuestro tan querido Festival del Lago Ypacaraí que, aunque no esté en sus mejores días, llegó a adquirir un prestigio internacional y fue la piedra angular de todo el movimiento festivalero nacional. En su escenario, en el que se han alternado prestigiosos artistas y surgieron los principales intérpretes del folclore paraguayo. Asimismo, el festival encaró con éxito la tarea de rescatar nuestras tradiciones y difundir las más importantes manifestaciones de la cultura popular latinoamericana, y no dudó, cuando las circunstancias así lo exigieron, en convertirse en la principal tribuna del país para denunciar los atropellos del régimen imperante. El emprendimiento, en sus inicios, fue verdaderamente comunitario. Ante la ausencia de subsidios estatales y el insuficiente presupuesto municipal, se realizó una meritoria autogestión, donde todos los ciudadanos fueron colaborando en la realización del festival. Ypacaraí no contaba con hoteles donde hospedar a las delegaciones de otros puntos del país y a las extranjeras; entonces, muchos vecinos alojaron a diversos artistas y artesanos en sus hogares, asumiendo íntegramente los costos emergentes. En septiembre la ciudad se llenaba de movimiento y color, las casas se remozaban, se pintaban los muros y paredes, se embellecían los jardines, para recibir a los visitantes y a la genuina fiesta popular: el Festival del Lago Ypacaraí. Entre los pioneros del festival se encuentran el sacerdote Edmundo Candia, quien fue el primero en presidir la comisión, Augusto Meyer, Carlos Schwarz, Dora Rabito de Sosa, Oscar Sosa, Juan Carlos Galaverna, Luís Becker Genes, Raúl Negrete, Enrique Battilana Sosa, Manuel Galeano, Justo Figueredo, Noemí Estigarribia, Edilio Morales, Salvador Addario, Osvaldo Ferreira, Teresa Servián de Sosa, Marcial Parquet, Julián Samuel Elías, Moisés Delgado, Atilio Duarte, Pedro Arrúa, Ubaldino Escobar, y muchos otros. Muchos nombres merecen estar incluidos en la nómina de quienes colaboraron con la grandeza del festival, y sin que implique menoscabo a tantas otras personas que de alguna u otra forma brindaron su esfuerzo desinteresado, se resalta especialmente la tarea de Manesio Fatecha, Nilda Estigarribia, Pedro Armando Pérez, Oscar Acuña Presentado, quien tuvo mucha influencia en la orientación ideológica del movimiento, Luís Egón Schwarz, Reinaldo Duarte Paredes, Humberto Rubin, Teófilo Escobar, Yamil Maluff, Patricio Escobar, Juan César Ayala y Gregorio Schwarz. También es oportuno destacar el aporte de la Prof. Dora Rabito de Sosa en la creación, en el año 1971, de la Escuela Municipal de Danzas de Ypacaraí, que fue el paradigma de numerosas academias del país y ha transitado cuarenta años de logros y satisfacciones, luego de haber sorteado inevitables apremios. El común denominador de estos ciudadanos fue, evidentemente, el amor a nuestra ciudad, abonado por una auténtica y desinteresada entrega por su desarrollo en todos los ámbitos y, vale resaltar, por encima de los partidos políticos y credos religiosos. Para la ciudad de Ypacaraí ésta es una generación imprescindible que merece ser honrada y, por sobre todo, imitada.