martes, 2 de marzo de 2021
Minero Sapukái de Teodoro Mongelós
La explotación de la yerba-mate descansa en la esclavitud, el tormento y el asesinato.
Rafael Barrett
En 1908, Rafael Barrett denunciaba con vigor y precisión, en su libelo titulado Lo que son los yerbales, la vergonzosa explotación y penurias de los mensú. Con este nombre eran conocidos los empleados de las empresas extractoras de yerba mate, entre ellas las Industrial Paraguaya y la Matte Larangeira, que los sometía a un régimen de vergonzosa servidumbre. Eran llamados mensú, como apócope de mensualeros, periodicidad de la remuneración que recibían. También se los conocía como mineros, de ahí el título del poema. Al sitio de la explotación yerbatera se lo llamaba mina y el peón minero. “La Cámara de Apelación paraguaya –dice Barrett- ha opinado que el yerbal es una mina. Esta designación terrible es más elocuente que todo. Sí: hay minas al aire y a la luz del sol. El hombre desaparece sepultado bajo la codicia del hombre.” (1)
Los mensú eran reclutados en distintos pueblos del país y regiones vecinas, se les adelantaba una suma determinada de dinero, que atizaba el interés del desgraciado, a quien hacían firmaban un contrato ante el Juez de Paz de esa comunidad, lo que constituía, sin exagerar, una verdadera condena a muerte. Entre las leoninas condiciones estaba la de no abandonar el obraje mientras existan deudas con la empresa (el adelanto devengaba intereses usuarios). Además, como tenían que proveerse de alimentos y ropas, de la misma empresa que los contrataba, a precios excesivos que no se compadecían de la pésima calidad de los productos, terminaban adeudándose cada vez más, pues el magro ingreso no alcanzaba a cubrir siquiera sus costos de subsistencia.
Como jamás terminaba de pagar sus deudas nunca podía librarse de ese yugo, de cargar fardos enormes, de hasta ochenta kilos, por la inmensidad de la selva que los devoraba, de soportar los azotes del capataz, las enfermedades, la fatiga y el mal sueño a causa de la humedad, los mosquitos y las serpientes que flagelaban el miserable campamento donde eran hacinados estos despojos humanos. Miles han muerto con padecimientos que hoy son difíciles de dimensionar. Los que escapaban eran cazados como presas y devueltos a su presidio cuando no asesinados impunemente.
Inútil era requerir auxilio de la autoridad, quien por el contrario estaba vendida a los explotadores, los jefes políticos o jueces de paz eran, en la práctica, empleados de la Industrial Paraguaya o de la Matte Larangeira, verdaderos cómplices de los capangas (llamados también habilitados) que iban tras el peón fugado procurando su captura, para someterle después a castigos peores o sencillamente, asesinarle a balazos, para que sirva de ejemplo. ¿Qué esperanza tenían de escapar unos hombres sin fuerzas, enfermos, casi sin vida? En la interminable selva nadie los ayudaría y un intento fallido de fuga era duramente expiado. Por eso la mayoría se resignaba a pasar sus dolorosos días en la mina, de dónde miles no han vuelto jamás. En la práctica la encomienda seguía vigente, pues, estas arcaicas técnicas de producción yerbatera tienen en efecto origen colonial, periodos en que los indios fueron diezmados a causa de esa labor, que constituía una de las actividades económicas principales del Paraguay, cuyos límites fueron alterados después de la Guerra contra la Triple Alianza, que dividió también los yerbales entre paraguayos, argentinos y brasileños.
Teodoro Mongelós en Minero Sapukái describe ese suplicio estoico de los mensú, quienes con gritos de aparente euforia buscan disipar las interminables horas de trabajo: Ayvu ha ãhóme anga ogueroja barbacuágui mborovire [con suspiros y ruidosamente se transportan del horno las hojas de yerba que han sido cocidas].
El barbacuá es un horno rudimentario de ladrillos y tierra roja, abundante en la zona, donde se cuecen las hojas de la yerba mate, traídas hasta ahí en pesados fardos (2) sobre las espaldas desnudas del mensú, recorriendo varios kilómetros. Estas hojas secadas y cocidas en dicho horno eran luego desmenuzadas en una especie de molino denominado cancheadora. Las hojas luego de triturarse pasaban a llamarse mboroviré, que es el producto semi-elaborado. Por último, se traslada el mboroviré al depósito para su estacionamiento.
Como los esclavos de las plantaciones de algodón, en los quebrachales, en los ingenios azucareros o en los bosques de extracción de caucho, los mineros tratan de sobrellevar ese castigo, que no saben a qué dios cruel atribuir, no con el desahogo del llanto sino a gritos, con variados y musicales gritos, canciones en guaraní o simplemente entonando sonidos sin significación alguna pero con mucha fuerza vital: sapukái ña hendu opáichagua ha purahéi ava ñe’ê [se escuchan gritos diversos y canciones en guaraní].
Todo el poema se centra en el alivio ruidoso de los mensú, cuyas exclamaciones se pierden en la selva y rompen el silencio: Kane’õ ara puku, ku ayvúpe o mbohasa [la fatiga del largo día es disipada con el bullicio]. Quizás haya sido una manera de no pensar, de evadirse de falsas ilusiones y abandonarse a los caprichos del destino.
Al final de la tercera estrofa del poema, Teodoro Mongelós desliza una ironía: Ka’atygua no momba’éi ro’y, no ñandúiri pe kane’ô [los peones de la selva no acusan el frío, ni sienten cansancio]. Y no es que estos desgraciados hayan sido inmunes a las adversidades climáticas y a la fatiga, por alguna extraña fortaleza física o espiritual. Mal vestidos como estaban, con harapos, recibían de lleno los rayos de nuestro inclemente sol subtropical tanto como el cortante viendo de las riberas del Paraná, que tajeaban la piel, y para soportar catorce o dieciséis horas de trabajo, poco ayudaba quejarse; se les hacía cuesta arriba la jornada y había que quitar fuerzas de cualquier cosa o de lo único que tenían, su aliento. El grito que compartido era una forma de solidaridad, de socorro.
La jornada en la selva es larga, y lo hacen más larga aún los padecimientos repetidos. Hi’ári kuéra opáva kuarahy, ha ayvúpe omba’apo [el sol se pone tras sus espaldas mientras ruidosamente siguen trabajando]
La musicalidad de Minero Sapukái se extiende hasta sus últimos versos que son los más sublimes: sapukáipe ñaimo’a hi’âhóva mombyry [pareciera que al gritar arrojan un suspiro a lo lejos]. El poeta aporta una metáfora preciosa donde el suspiro se transforma en grito que se arroja, que se aleja del cuerpo extenuado y del alma oprimida, como una forma de rechazar o disolver todo el dolor que les invade y exhalar así las obstinadas penas, y finalmente, para buscar también de esa manera la libertad, que saben y sienten cada vez más distante.
Texto completo del poema: (3)
Pete ĩ ko’êtimbávo
Che keguýpe ahendu
Koichaite o sapukáirõ
Ka’atýpe mboriahu.
II
Pipu... pipu... pipu... uihahahaha...!
Pipu... pipu... néike... guapo lo mitã
Pipu... pipu... néike... guapo lo mitã
Pipu.. néike.... haihahahaha...!
III
Ayvu ha ãhóme anga ogueroja
Barbacuágui mborovire
Sapukái ña hendu opáichagua
Ha purahéi ava ñe’ê.
IV
Kane’ õ ara puku
Ku ayvúpe o mbohasa.
Ka’atygua no momba’éi ro’y
No ñandúiri pe kane’ô.
V
Hi’ári kuéra opáva kuarahy
Ha ayvúpe omba’apo
Sapukáipe ñaimo’a
Hi’âhóva mombyry.
Referencias:
1) Lo que son los yerbales, publicado en Rafael Barrett - Obras Completas II, RP Ediciones, Asunción – Paraguay, Año 1988, p. 14.
2) Estos atados de hojas de yerba mate eran también conocidos con el nombre de raído.
3) Extraído del libro Teodoro S. Mongelós – La pluma nunca acallada, de Daniel Torales, editorial Servilibro, Asunción – Paraguay, Año 2009, p. 159.
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